Una bici en el tendedero
Si hay que pensar en una banda que supo aunar buena música con momentos cómicos, sin duda Los Toreros Muertos están en primera fila. En Bicicleta estática, publicada en 2017, el cantante y autor de la mayor parte de las canciones del grupo, Pablo Carbonell, habla de “una mala compra hecha en Internet”, algo bastante alejado de lo que imaginamos como “una alfombra mágica”.
Pero lo más sorprendente es el origen del tema: según el gaditano, “se inspira en la Rima VII del poeta romántico sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, que cuenta la historia de un arpa que nadie tocaba explicando cómo, por ejemplo, sus notas dormían sin sonar. Como la mayoría de la gente no tiene actualmente un arpa en casa, reescribí el poema usando otro objeto arrinconado… ¿Había alguno mejor que esa bicicleta que acaba casi siempre de tendedero?”.
Clásico instantáneo
Cuando el público piensa en Toreros tararea Mi agüita amarilla, On the Desk, Manolito o Tu madre tiene bigote, pero Bicicleta estática es otro fijo en el repertorio de sus conciertos. “Crítica y público la incluyen entre nuestros clásicos”, asegura Carbonell, que la define como “una tarantela country operística”.
Como de costumbre, Carbonell compuso primero la letra, porque en su opinión “las canciones son como películas: primero se escribe el guión y después se le pone la música”. En un principio (la banda nace en 1984) o era del todo así: “Nuestras primeras canciones fueron improvisaciones en un bar cuyo dueño, Many Moure, tocaba el bajo, y lo sigue tocando en la banda. Así compusimos los dos primeros vinilos, hasta que el desgaste hepático era tan intenso que decidimos que las canciones se harían en una mesa y con una guitarra cerca”.
Carbonell pedaleaba
“Mi familia me regaló una Torrot que no era ni mucho menos de carreras”, explica el artista al preguntarle por su primera bicicleta, “pero que a mí me encantaba. Entre mis tíos y abuelos reunieron el dinero suficiente y me la dieron cuando hice mi Primera Comunión, pero no es el único recuerdo que guardo de aquel día".
"El evento fue todo un número: íbamos a comulgar por parejas, niño y niña cogidos de la mano, pero como en mi colegio no había chicas ese día llegaron un montón de ellas de otra escuela, y todas vestidas de blanco. La que caminó conmigo hacia el altar se vino muy arriba: pensaba que nos estábamos casando y se tomó unas confianzas inaceptables, pidiéndome incluso cosas que prefiero no repetir ahora en público”.
“Me encantaría recorrer el Valle de los Reyes en Egipto, montado en una Torrot equipada con una cestita" (Pablo Carbonell)
Dos sueños algo surrealistas
Carbonell, que además de músico ha sido dibujante, actor, cineasta, reportero y presentador de televisión, no tiene en la actualidad ningún vínculo con el ciclismo. “Vivo en la Sierra de Madrid y me gusta caminar por senderos con botas de montaña”, explica, “pero creo que si fuese en bicicleta sería muy estresante".
"Además tengo problemas de espalda, y la trepidación es nefasta”. Eso sí: a sus 62 años, no rehúye la pregunta sobre cuál sería su viaje ciclista soñado. “Me encantaría recorrer el Valle de los Reyes en Egipto, montado en una Torrot equipada con una cestita. Sería maravilloso, pero hagámoslo en una mañana fresquita".
"El otro sitio donde me gustaría pedalear, si se pudiese, sería en una necrópolis. Pero en España, al menos hasta donde yo sé, no dejan montar en bici en los cementerios”.
El largo viaje
Para terminar con los viajes, es justo decir que el de Los Toreros Muertos ha sido largo y lleno de aventuras. Aunque nacida en Madrid la banda fue fundada por un gaditano (Pablo Carbonell), un gallego (Many Moure) y un argentino (Guillermo Piccolini), y brilló por su humor irreverente y una saludable heterogeneidad estilística.
Tuvo dos etapas: una entre 1984 y 1992 y otra que se abrió en 2007 y sigue viva hasta hoy. Hubo cambios en la formación, pero se mantuvo el espíritu: “Tener un grupo y poder tocar a diario, aunque sólo fuera para quince personas, fue una gran escuela, un taller”, nos explica Carbonell.
“Tuvimos que ser cuidadosos para no excedernos: tocar tantas noches seguidas, las giras… Es sinónimo de mucho peligro. Hubo muchos subidones, pero también pronunciadas rampas de bajada. Pese a todo, siempre mantuvimos una serenidad controlada, cierto espíritu de empresa. Trabajábamos en algo chulo, creábamos, nos divertíamos. No importaba cobrar lo indispensable: todos sabíamos que el verdadero salario eran las canciones, la música, en sí”.