Álvaro Neil es Biciclown, sobrenombre bajo el que lleva 11 años recorriendo el mundo en bicicleta y llevando sonrisas a los rincones más insospechados del planeta. Es asturiano, aunque hace tiempo que ya no pertenece a ninguna parte, más allá del lugar donde se sienta acogido en cada momento. Álvaro atiende la llamada de Ciclosfera desde Ilhabela, a unas cuatro horas de Sao Paulo (Brasil), “el lugar donde hace 100 años encalló el llamado Titanic español, el Príncipe de Asturias”, cuenta nada más coger el teléfono. “¿Qué casualidad, ¿no?”. Lo es. Quizá por eso ha decidido parar unos meses en esta isla paradisiaca para dedicarse a escribir un nuevo libro sobre sus aventuras, Una declaración de intuiciones… ¡Que todavía estás a tiempo de conseguir!
¿Cuándo te planteaste hacer este viaje y por qué?
En realidad, más que hacer un viaje, decidí cambiar de vida. Trabajaba como oficial de notaría en Tres Cantos, en Madrid. Después de cinco año yendo en metro y ver que los atascos cada vez eran mayores y que las vacaciones cada vez tardaban más en llegar, empecé a pensar que aquello no tenía sentido. Cinco días de trabajo y dos de vacaciones, ¿quién inventó eso? No hay otra vida más que esta, así que hay que aprovecharla. Cuestionarte muchas cosas en la vida forma parte de la naturaleza de un payaso: lo que todo el mundo hace, se puede hacer de otra manera.
Y decidiste echarte a la carretera…
Sí. De 2001 a 2003 recorrí Sudamérica en bicicleta con el objetivo de regalar sonrisas a la gente que más lo necesitase. Volví a España y escribí un libro, Kilómetros de sonrisas. Y un año después estaba otra vez en ruta: en 2004 arranqué una vuelta al mundo que en principio iba a durar ocho años… y ya van 13 (risas).
¿Por qué la bicicleta?
Uno de mis documentales se llama A la velocidad de las mariposas, y refleja muy bien lo que es pedalear. La bicicleta se mueve a una velocidad humana, y todo lo que ocurre en una bici tiene esa misma dimensión. ¡Es el primer descapotable que existe! No hay motor, ni ruido. Puedes escuchar a la gente que te alienta y te saluda. Eres permeable. Y cuando subes un paso de montaña de 5.000 metros, miras abajo y dices: “aquí llegué con mis piernas y mi sangre”.
¿Qué bici llevas?
He tenido tres. Esta es una bici de rueda 28, de acero y muy resistente. Con todo el equipaje, son 80 kilos ¡Y al final del día no hay masajista ni hotel!
Muchos se preguntarán, ¿de dónde saca el dinero? ¿Cuánto cuesta vivir así?
Tengo un presupuesto de entre 250 y 300 euros mensuales. El 60% lo saco de mis libros, documentales y alguna conferencia que doy de vez en cuando. Un 20% lo obtengo de patrocinadores que me dan material, y el restante 20% de gente que me va apoyando por el camino. En su momento fue duro: la crisis me hizo perder más del 70% de patrocinadores, pero ahora he ganado mucha fuerza y fe en mí mismo, el proyecto ha crecido y se ha convertido en autosuficiente. He aprendido a vivir con muy poco.
Has recorrido 83 países y 150.000 kilómetros. ¿Con qué te quedas de toda esta experiencia?
¡Es como cuatro veces y media la vuelta al diámetro de la tierra! Me quedo con la capacidad de escuchar mi corazón que tuve un día. No es casualidad que mi próximo libro se llame Una declaración de intuiciones.
¿Qué ha sido lo más duro?
El problema de un momento duro es que cuando lo pasas, se te olvida. Pero los ha habido: he estado a punto de morir siete veces. Una de ellas recibí incluso la extrema unción, cuando contraje una malaria cerebral en Nigeria. Ahora lo cuento y me río, pero en aquel momento era tan grave que ni me daba cuenta. También es duro perder amigos que han fallecido en España, y de los que no he podido despedirme.
¿Qué es lo que más te ha conmovido?
La hospitalidad de algunos países. Una vez, en una charla en un colegio de EE UU, un niño me preguntó cuáles eran los lugares más peligrosos en los que había estado. Fíjate las cosas que tienen los niños de algunos países en la cabeza. Yo le contesté preguntándole cuáles creía él que eran los más peligrosos. “Siria, Irán y Líbano”, me contestó. “Pues esos son, precisamente y por ese orden, los tres más hospitalarios del mundo”, le dije. Parece un tópico, pero es absolutamente real que el más pobre es el que más da. He estado tres años en África y me han dado todo, incluso sin poder comunicarme con ellos. Y por el contrario, en países como EE UU y Canadá me ha costado hasta obtener agua. Cuando ves los dos extremos, te das cuenta de que los bienes materiales matan la esencia del ser humano.
¿Qué cualidades crees que ha de tener un buen payaso?
Tiene que ser honesto y estar atento a todo lo que pasa a su alrededor. Jugar y no tener miedo al fracaso. Volver a ser un niño. No tengo hijos, pero si los tuviera sería un gran aprendizaje, porque hay una edad, como a las tres años, en que un niño es un payaso.
¿Eres feliz?
La felicidad es una palabra que en cuanto la pronuncias desaparece. Simplemente procuro no hablar de ella y sonreír.