Contar una historia a partir de unas viejas fotografías en blanco y negro lleva, casi siempre, a hacerse un sinfín de preguntas. ¿Quiénes eran aquellas personas fotografiadas? ¿De dónde surgieron las bicicletas que montaban? ¿Sobrevivieron a la Guerra Civil o acabaron sus días en una fosa común, como las que siguen convirtiendo a España en el segundo país del mundo con más desaparecidos, sólo por detrás de Camboya?
Nos cruzamos con la historia, un par de fotos que el diario ABC nos cedió para este reportaje y, de pronto, todos esos interrogantes acudieron a nuestra mente. Estaba claro: encontrar a los protagonistas de aquellas instantáneas era una tarea prácticamente imposible, pero había que hacerlo. Quizá era cuestión de buscar a sus descendientes para que nos contaran la historia de aquellos hombres y mujeres, ciclistas, de primera mano.
“Sí, mi padre era comandante del ejército republicano”, recuerda Sol Otero en la misma tienda, Ciclos Otero, que fundó su padre en Madrid en 1927. Es el lugar donde descansa una foto de Enrique Otero, cuya foto junto a un grupo de milicianos en bicicleta preside una de las estancias de la tienda. “Sabemos que metió a mucha gente perseguida en aquel batallón ciclista”, cuenta Sol, “pero poco más. La Guerra era un tema tabú en casa y él nunca nos quiso contar nada”.
La máquina perfecta
Hay cosas que sí sabemos. El papel de la bicicleta en las guerras del siglo XX, incluida la contienda civil que asoló España entre 1936 y 1939, fue clave. Las bicis ya rodaban por calles, carreteras y caminos desde hacía mucho tiempo, y los militares no tardaron en ver su enorme potencial. Sus ventajas eran (son) múltiples: la bicicleta era silenciosa y rápida, ligera y sencilla, barata. Podía ser esencial para llevar el correo, pero también para el tendido de líneas telefónicas, para cargar munición y hasta para evacuar heridos. Un aliado perfecto. Al fin y al cabo, pocas cosas no pueden hacerse a lomos de una bicicleta.
“¿Las bicicletas en la Guerra Civil?” La pregunta parece pillar con el pie cambiado a dos de los más grandes conocedores de la contienda española, Pablo Sagarra y Lucas Molina Franco. Autores, junto a Óscar González, del libro Batallas de la Guerra Civil española (La esfera de los libros), nos piden tiempo: “Es una pregunta muy específica”, contestan, “danos un par de días y te contamos algo”.
La respuesta de los historiadores llega rápido. “Poco antes del comienzo de la Guerra Civil”, dicen, “existían sobre el papel varias unidades ciclistas, todas ellas vinculadas al Arma de Caballería ”, explican Sagarra y Lucas. “En cada una de las ocho Divisiones Orgánicas, y con dependencia directa del mando de la División, desde los comienzos de las reformas militares estaba prevista la existencia de un escuadrón de Caballería con una sección de ametralladoras y otra de infantería ciclista. Pero a la altura de julio de 1936, solo se habían creado el Batallón Ciclista de guarnición en Alcalá de Henares”.
Fusileros a pedales
Alcalá de Henares… Ya tenemos, al menos, un lugar y un batallón ciclista por el que preguntar. “Tenía algo menos de 800 hombres en plantilla” explican los historiadores. “Usaban las bicicletas como vehículo de transporte para los escuadrones de fusileros, si bien contaban con vehículos auxiliares para el desplazamiento de la impedimenta (carga que dificulta los movimientos de una persona, especialmente de una tropa militar en marchas y operaciones), los fusiles ametralladores, las ametralladoras y los morteros”.
Tenían un lema: ‘Celeritate ac virtute’. O lo que es lo mismo, ‘velocidad y valor’
Sin embargo, poco antes del estallido de la guerra, sucedió algo. En mayo de 1936, un grupo de socialistas agredió a varios oficiales de Caballería en Alcalá de Henares. El ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga, presidente a su vez del Consejo de Ministros, ordenó que en 48 horas dos de los regimientos de Caballería allí radicados abandonasen la población. También arrestó a los coroneles jefes de aquellas unidades, y condenó a prisión a algunos oficiales, “El malestar en este Batallón y en otros regimientos del Arma en la ciudad creció notablemente, explican los historiadores, “y tras el estallido de la Guerra Civil el Batallón fue disuelto”.
Las bicicletas fueron usadas por ambos bandos. No sólo durante, sino también después de la guerra. En la reorganización de las fuerzas armadas emprendida por el bando vencedor en 1940 figuran tres batallones ciclistas ubicados en Barcelona, Jaén y en el municipio de San Lorenzo del Escorial, donde hoy se ubica la estación de autobuses y a unos 50 kilómetros de Madrid, y que según algunas fuentes (El coronel no tiene quién le lea, en Internet) “aún tuvieron su empleo en la represión del bandidaje, quedando constancia de su actuación en la provincia de Ávila participando en la captura de una partida del maquis en la sierra de Gredos”.
Después, una vez más se pierden sus pistas. En la escena final de Las bicicletas son para el verano, la obra de teatro de Fernando Fernán Gómez inspirada en los últimos días de la Guerra Civil, un hijo le dice a su padre: “Ahora ya me puedo comprar una bicicleta porque ha llegado la paz”. A lo que el padre le contesta: “No ha llegado la paz, ha llegado la victoria”. Una victoria en la que, al menos, las bicicletas siguieron volando, discretos y silenciosos testigos de tantas y tantas vidas.