Todos los tópicos sobre Texas son ciertos, pero ninguno es aplicable a su capital, Austin. Las autopistas de veinte carriles por las que circulan enormes camiones, los ranchos de vacas y vaqueros Marlboro, las rubias oxigenadas que asisten a mítines republicanos portando fusiles de asalto… Toda la iconografía de la América más profunda rodea a Austin, pero no la invade. La ciudad, de casi un millón de personas, resiste como un pequeño oasis de excepcionalidad.
Pese a su asfixiante clima, donde los cien grados Fahrenheit (casi 38º) son perennes en verano, lo primero que sorprende al llegar es lo que verde que es Austin. El río Colorado, que la atraviesa, alimenta una docena de arroyos que cosen con riberas arboladas la trama urbana conectando entre sí sus impresionantes parques. Parques, por supuestos, repletos de inmensas praderas que se llenan de público en incontables festivales de música.
De festival
Porque sí: Austin es, sobre todo, “The Live Music Capital of the World”, uno de los dos eslóganes de la ciudad y tan poco humilde como merecido. La historia de amor entre ciudad y música se nota en cada detalle. ¿Un ejemplo? La 6th Street y sus señales de tráfico reservando plazas de aparcamiento a la carga y descarga, exclusiva, de instrumentos musicales. Es imposible caminar por la ciudad y no cruzarse con un concierto. En cualquiera de sus espectaculares escenarios al aire libre, por supuesto, pero también en los supermercados, las heladerías y hasta en las Smokehouses, donde uno puede desayunar (sí, desayunar) la mejor barbacoa de este lado de los Apalaches mientras escucha a la que quizá sea la nueva Janis Joplin.
Keep Austin Weird: la ciudad celebra las excentricidades, y entre ellas está la de moverse en bicicleta
Joplin, nacida en la también tejana Port Arthur (a menos de 370 kilómetros de Austin), ejemplifica a la perfección el segundo eslogan de la ciudad: Keep Austin Weird. Conservemos Austin Raro. Una filosofía que provoca que cualquier chiflado genial que escapa del asfixiante medio rural sea aquí acogido con los brazos abiertos, adoptado por una ciudad dispuesta a celebrar y hacer suya cualquier excentricidad.
Excentricidades como, claro… montar en bicicleta. Algo marginal hasta hace unos años pero que cada vez gana más adeptos, impulsada por la escena local de cicloactivistas. Porque, antes de que llegaran los carriles bici que atraviesan el Downtown extendiéndose hacia los gentrificados barrios del Este, antes del servicio de alquiler de bicicleta pública B-cycle y antes, incluso, del llamado Bike Zoo (imposible describirlo: mejor verlo en directo o al menos visitar su web) estaba la Full Moon Bike Parade.
Luna llena
Desde hace lustros, cada noche de luna llena, cientos de ciclistas se congregan al ponerse el sol en el puente sobre el Lady Bird Lake. Llegan poco antes de que la mayor colonia urbana de murciélagos del mundo salga, en enormes bandadas, a devorar incautos mosquitos, y justo a tiempo de formar parte de una de las más psicodélicas masas críticas que este articulista conoce. Aullando como lobos, haciendo sonar sus timbres y disfrazados como en Halloween (eso los que van vestidos: la otra mitad van desnudos), la comitiva recorre las calles parando cada poco tiempo a abrir unas cervezas hasta que pedalear se hace imposible, lo que no sucede hasta altas horas de la madrugada. Para aquellas a las que este (gamberro) plan no termine de convencer, las Biking Betties constituyen una alternativa estupenda. Las Biking Betties son mujeres ciclistas, que cada dos lunes salen a recorrer la ciudad al atardecer, concluyendo el paseo con un evento que incluirá karaoke, minigolf, cocktails o una mezcla de los tres. Go Betties!
Fiestas, diversión, activismo y el germen de resistencia en una ciudad, por lo demás, entregada al coche y las enormes furgonetas pickup. Movimientos que han logrado que Austin se transforme, poco a poco, en un entorno más amable. Ayudados, por supuesto, por la Universidad de Texas, a cuyo campus público acuden cada día cientos de estudiantes pedaleando. Y que es, también, el lugar ideal para arrancar una ruta ciclista bien temprano, antes de que el sol nos lo ponga más difícil.
Grande en Texas
Fue allí, desde lo alto de la torre que se erige en medio del campus, donde Charles Whitman protagonizó el 1 de agosto de 1966 el primero de una triste lista de tiroteos en centros educativos estadounidenses, matando a 16 personas antes de ser abatido por la policía. A los pies de la torre una placa recuerda a las víctimas, y cerca de ella el visitante puede alquilar una bici para recorrer la ciudad. Desde allí, la Avenida del Congreso nos lleva hasta el Capitolio, doce pies más alto que su homólogo en Washington: Everything is Bigger in Texas.
En el suelo, bajo su cúpula, se encuentran los escudos de las naciones que han gobernado Texas, y que entre ellos esté el de la Corona de Castilla nos recuerda la influencia española en la zona, que se remonta a los tiempos de El Alamo pero que sigue perdurando en el nombre de muchas calles de la ciudad (Guadalupe, Brazos, Nueces, Rio Grande) y, sobre todo, en el castellano que hablan el casi 25% de hispanos que la habitan. Castellano por decir algo: la mezcla de culturas generó un dialecto propio donde las lavanderías son washaterías y la mejor taqueria es Juan in a million. Al entrar, el propio Juan recibe a todo el mundo con una enorme sonrisa, mientras levanta su mano para darnos el registrado como “Mejor choque de manos de la ciudad”, que hará que se disloquen todas las articulaciones de nuestro brazo. Es imperativo intentar acabarnos uno de sus Tacos Especiales Don Juan. Si no lo conseguimos, no hay problema: el presentador del exitoso programa televisivo Crónicas Carnívoras (Man v. Food) no pudo pasar del cuarto, muy lejos de los nueve que devoró el enjuto chino cuya foto cuelga en el Hall of Fame de este templo culinario.
Making hambre y sed
Sí: en Austin se come (y se bebe) muy bien. Si queremos “hacer hambre” nada mejor que subir hacia el cruce de la Séptima con Chicón, en el East Side, donde aún resisten a la gentrificación un grupúsculo de pequeños bares (Shangrila, White Horse, The Liberty) que recuerdan a esos tiempos en los que ser hipster no era una moda cara, sino un trasunto de hipismo donde vestir camisetas de Wallmart no era pose sino necesidad. La estrecha y oscura entrada de cualquiera de ellos engaña, porque todos tienen en su parte trasera un amplio patio donde aparcar la bicicleta sin miedo para tomarnos una cerveza (Shiner Bock o Lone Star) o un Bloody Mary con más vegetales que una ensalada.
Cuando el sol empiece a picar, lo mejor será pedalear hasta Zilker Park, para darnos un baño en la piscina natural de Barton Springs, la misma en la que chapoteaban los protagonistas de El árbol de la vida de Terrence Malick. Otrora sagrada para la tribu Tonkawa, hoy es el lugar por excelencia en Austin para ver y ser visto, a poder ser saltando desde el trampolín en sus aguas, siempre entre 20ºC y 23ºC.
Desde piscinear en el lugar donde chapoteaban en ‘El árbol de la vida’ a comprar un armadillo reloj: todo es posible en Austin
Desde allí no estamos lejos de South Congress Avenue, la parte más comercial de la ciudad, donde podemos hacernos con unas auténticas botas de cowboy en Allen´s Boots, o rebuscar en el delicioso caos de Uncommon Objects, donde se codean muebles vintage y postales antiguas con armadillos-reloj o macetas-máquina-de-escribir. A la hora de comer es obligatorio probar la barbacoa tejana: el brisket, cocinado durante no menos de ocho horas en enorme arcones de tapa metálica, es el plato por excelencia. Cortado en finas tiras, se sirve solo o con pepinillos sobre un trozo de papel (ni se os ocurra pedir cubiertos).
Quizás el amor por la barbacoa sea el único anclaje cultural de la ciudad con el campo. Algo que lleva, también, a la eterna pregunta… ¿cuál es el mejor sitio donde tomarla? La respuesta es la de siempre: el mejor smokehouse es aquel con más gente haciendo cola. Según mis datos científicos Franklin´s BBQ, con dos horas y media de espera, es el líder de esta clasificación. Para los que no pueden esperar tanto, Rudy´s o Terry´s son opciones igualmente buenas.