Cuenta la leyenda que, a finales del siglo XIX, pocos edificios acaparaban tanta admiración popular como el Crystal Palace, una construcción de cristal erigida en Londres con motivo de la Exposición Mundial de 1851. Fue allí donde, cuatro décadas después y mientras participaba en una carrera en pista, el campeón austriaco Joseph Francis Jiranek sufrió un extraño accidente: mientras pedaleaba a toda velocidad su manillar se desprendió del cuadro, y solo su incomparable pericia evitó una caída. Tras una exhibición de piruetas y equilibrios Jiranek logró detenerse y, al bajar los pies al suelo, no pudo más que elevar el manillar y extender sus brazos al cielo. El publico, fascinado, le respondió con una avalancha de sonrisas, aplausos y admiración.
Unos años después, Jarinek dejó el ciclismo y, tras triunfar en el entonces casi desconocido bike polo, se convirtió en payaso y triunfó con el seudónimo de Joe Jackson Sr. ¿Saben cuál fue su número estrella, por el que fue reverenciado en Nueva York, Siberia, Turquía o Estocolmo y ha pasado a la historia del circo? Lo han adivinado: por La bicicleta, un espectáculo de unos diez minutos cuyos protagonistas, un payaso vagabundo y una destartalada bici de piñón fijo, siguen haciendo reír a niños y adultos y cuyas peripecias han sido recuperadas por clowns de medio planeta.
El baile imposible
Uno de esos clowns es el argentino Arturello di Pópolo. Nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, Mercedes, Di Pópolo (cuyo verdadero nombre es Arturo Chillida del Pópolo) pasa ahora unas semanas en la casa familiar para cuidar a su anciana madre. Pero no suele parar mucho allí: tipo inquieto, es mucho más habitual verle maquillado y disfrazado en alguno de los innumerables festivales de circo internacionales a los que es invitado. Y sí: también en ellos es frecuente verle representar La bicicleta, el espectáculo que descubrió en 1976 viéndoselo interpretar al hijo de Jackson, el también famoso clown Joe Jackson Jr., en una gala con los mejores payasos del mundo en Estocolmo. “Me pareció un número impresionante, muy bonito”, cuenta, “así que inmediatamente decidí hacerlo yo también”.
El guión apenas tiene dos personajes y no se pronuncia una sola palabra, pero bien representado es infalible a la hora de provocar sorpresas, carcajadas y, finalmente, emoción. Un payaso vagabundo deambula por cualquier plaza o calle del mundo y, al encontrarse con una bici abandonada y tras comprobar que su dueño no anda cerca, decide quedársela. Pero es entonces cuando empiezan sus verdaderos problemas: su ropa es demasiado grande y se engancha con las piezas provocando un forcejeo irracional. Una vez subido en la bici, ve incrédulo cómo se rebelan sus distintas partes mecánicas. Y, tras todo tipo de peripecias con pedales, sillín o timbre, llega el punto álgido del espectáculo, cuando el clown-ciclista pierde en marcha el manillar y construye con la bici un hilarante baile imposible. Como pasara en Londres a finales del s.XIX con Jiracek, el telón caerá entre aplausos, admiración y sonrisas.
“El espectáculo original dura doce minutos”, explica Di Pópolo, “pero yo le he ido incorporando cosas nuevas hasta extenderlo a unos cuarenta minutos. Eso era lo más difícil, intentar aportar novedades, porque repetir un número no es actuar, sino fusilar. El resultado es… un numerazo. Mi talento no llega a la suela de los zapatos del de Jackson padre e hijo, pero alcanza. He hecho La bicicleta en la calle, en teatros, pasando la gorra por paseos marítimos… En una gala en Granada la bici se me rompió de verdad, en medio del número, y el público lo festejó como si fuese una broma. Me he caído innumerables veces. Y, con 65 años, sigo haciéndolo, con muchos achaques, sin decir una sola palabra y acompañado por canciones de Cotton Club, el trompetista Wynton Marsalis y, al final, una marcha clásica circense”.
El humor
La bicicleta que usa Di Pópolo es una destartalada máquina de piñón fijo, manillar de cuernos de cabra y un cuadro magullado y resoldado tras infinitos percances. “Sí, la bicicleta es una máquina perfecta para construir humor visual”, confirma Di Pópolo. “y aunque he visto hacer variaciones increíbles, alterando alguna de sus partes, el resultado es el mismo: pura acción. Y, para el artista, todo un desafío, porque pasarse más de media hora actuando con ella exige mucha adrenalina, esfuerzo físico y nervios”.
Hijo y nieto de payasos, Di Pópolo está seguro de que el número no desaparecerá porque, afortunadamente, la cultura del circo está en auge. “En Argentina atravesamos una crisis económica horrible”, lamenta, “y eso se siente en todo lo que respecta a la cultura y el ocio. Pero, en España, hay grandes escuelas y circos estables que han alumbrado una nueva y talentosa camada de acróbatas, payasos y malabaristas. El intercambio de escuelas, la caída de barreras, ha potenciado una creatividad maravillosa y la llegada de gente joven muy preparada, con mucha base y una enorme imaginación. Una de las grandes crisis del teatro fue en los años 70 y 80, cuando el cine y la televisión se lo comieron y en el circo la creatividad se estancó. ¿Sabes cómo se recuperó? Olvidando tabúes del circo clásico, abriendo las ventanas para dejar entrar aire fresco y absorbiendo el talento de los artistas callejeros, de la gente que no había pisado una pista ni un escenario. Las nuevas compañías, como muchas procedentes de Francia o el propio Circo del Sol, supieron renovarlo todo”.
Como tantas otras cosas, el circo tuvo que reinventarse para sobrevivir. El arte que se creía agotado volvió a ser maravilloso. Y, en ese largo camino, el disparatado payaso y su bicicleta oxidada fueron testigos y protagonistas.
[Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #31. Lee el número completo aquí]