Es, con toda seguridad, una de las más conocidas frases sobre la bicicleta jamás pronunciadas. Y su autor, el más grande científico que ha existido y uno de los más icónicos rostros del siglo XX. “La vida es como montar en bicicleta: para conservar el equilibrio, debes mantenerte en movimiento”.
Se dice que Albert Einstein era un gran aficionado a las dos ruedas, un vehículo con el que comenzó a estar muy familiarizado en su época de estudiante en la universidad de Bavaria. Incluso, él mismo reconoció que había concebido algunas de sus más influyentes ideas sobre la teoría de la relatividad mientras pedaleaba. Más allá de la leyenda, se sabe que la célebre imagen sepia de un sonriente Einstein fue tomada por el fotógrafo Ben Meyer en la casa de éste en Santa Barbara, California, el 6 de febrero de 1933. Sólo una semana antes, Adolf Hitler llegaba al poder en Alemania, con lo que comenzaba una escalada de violencia que terminaría con el estallido de la segunda guerra mundial seis años después, tras la invasión de Polonia.
Un año antes, en 1932, Einstein había emigrado a Estados Unidos para dar clase en el Institute of Advanced Study de Princeton, Nueva Jersey. Las cosas en Alemania se habían ido poniendo más y más complicadas para los judíos: el odio y la persecución iban en aumento. Y pese a la fama de Einstein, que había sido galardonado en 1921 con el Premio Nobel de la Física por la Teoría de la Relatividad, su integridad corría serio peligro.
Ya en EEUU, la dirección que fue tomando la guerra llevó a Einstein a escribir en 1939 la famosa carta al presidente Franklin Delano Roosevelt, en la que le conminaba a promover el proyecto atómico para impedir que los «enemigos de la humanidad» lo hicieran antes que EEUU. Una misiva que desembocaría en el desarrollo de la bomba atómica y en su empleo en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, que a la postre inclinarían la balanza en favor de los aliados poniendo fin a la guerra en 1945.
Einstein fallecería en Princeton 16 años después, en 1955. Lo hacía después de haber obtenido la nacionalidad estadounidense y tras sufrir un aneurisma de la aorta abdominal, que anteriormente le había sido intervenida quirúrgicamente. Einstein rechazó una nueva operación: «Quiero irme cuando quiero. Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. He hecho mi parte, es hora de irse. Yo lo haré con elegancia». Con la misma elegancia con la que solía pedalear, dejando que los pensamientos fluyeran libres.
Cuestión de inspiración
La afición a las dos ruedas del científico más conocido de la historia sirvió de inspiración para el libro Einstein y el arte de montar en bicicleta (Siruela). En él, Ben Irvine explica cómo experimentar la sabia manera de ver la vida de Einstein a través del sencillo placer de pedalear. La obra arroja luz sobre la visión holística del mundo de uno del científico alemán y explora cómo alcanzar el equilibrio y la atención plena a través del uso de la bicicleta.