Revisar los frenos, cambiar cubiertas, ajustar los cambios, limpiar el cuadro… Cada mañana, Vaclav revisa concienzudamente las bicicletas que llegan a sus manos. A sus 35 años, ha aprendido la mecánica básica de una bicicleta y se defiende con soltura. Pero no se trata de un mecánico, sino de un preso común de la cárcel de Hermanice, en la localidad checa de Ostrava, donde cumple prisión por robo. Le quedan por delante 20 meses de condena.
“Es positivo pensar que alguien va a dar un buen uso a estas bicicletas”
“Estoy aquí para aprender y para mejorar mis habilidades”, explica Vaclav mientras hacer girar los pedales de una pequeña BMX. “Es positivo pensar que alguien va a dar un buen uso a estas bicicletas, a pesar de que algunas no están precisamente muy nuevas”, cuenta a la agencia francesa AFP.
Desde luego que será un buen uso. Las bicicletas que repara Vaclav, que han sido previamente donadas por la comunidad, irán a parar a muchos miles de kilómetros de allí, a Gambia. Concretamente a una aislada zona rural del país africano, donde los niños con escasos recursos dependen de esas bicicletas para desplazarse cada día hasta el colegio.
Un trabajo desinteresado
Al contrario que otros presos, que reciben un salario por labores como desmantelar coches viejos o trabajar con metal, los internos que se dedican a reparar viejas bicicletas lo hacen sin cobrar, más allá del café y los cigarrillos que obtienen gratuitamente mientras desempeñan su trabajo. En palabras del jefe de la prisión, Petr Cejka, los presos obtienen una satisfacción personal por este trabajo, así como una cualificación profesional que puede serles muy útil al abandonar la prisión y un argumento a su favor para obtener la libertad condicional cuanto antes.
“Para los niños, estas bicicletas son un tesoro”
Desde que el programa se puso en funcionamiento, en septiembre de 2013, los presos han reparado un total de 1.600 bicicletas, que se suman a las más de 15.000 donadas por ciudadanos checos a la misma causa.
“Para los niños, estas bicicletas son un tesoro”, explica desde Banjul, capital de Gambia, el coordinador del proyecto, Babucarr Touray. “El transporte en esa zona es realmente complicado, y las bicicletas son la mejor manera de recorrer los nueve kilómetros que separa la escuela de las casas de los niños”.