En esa metáfora de la humanidad que es Cien años de Soledad, a la clarividente Pilar Ternera “la experiencia le había enseñado que la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del tiempo”.
La emancipación de la mujer es uno de esos elementos de la Historia que gira como una rueda, se repite y vuelve inexorablemente al principio. Una rueda que tomó impulso a finales del s. XIX, cuando una recién inventada bicicleta supuso un factor coadyuvante al empoderamiento de la mujer en las llamadas sociedades preindustriales europeas.
El nuevo artilugio, utilizado en sus comienzos como elemento de diversión por los hombres, dotaba a la mujer de una autonomía de movimiento sin parangón hasta el momento. A pesar de no ser un elemento de fácil acceso por su elevado precio, supuso una auténtica revolución en los usos y costumbres de las mujeres de entorno burgués, que pudieron aumentar considerablemente su radio de acción (limitado hasta entonces a supervisados paseos familiares) y en consecuencia, su libertad.
Estas pioneras de la bicicleta se irían liberando progresivamente de ciertos corsés sociales y de uno muy en particular, el referente a sus vestimentas (la nueva práctica lo requería); así fue como las enaguas y las faldas interminables fueron sustituidas por pantalones y ropajes “varoniles”, lo que supondría un verdadero desafío para la época.
Las mujeres se vieron obligadas a disfrazarse de hombres para poder pedalear
El rechazo masculino no tardaría en hacerse notar y dichas mujeres fueron señaladas por ejercer una actividad impropia de damas. La lista de agravios derivados de tal práctica iba desde aquellos que afectaban a la salud de la mujer (esterilidad, riesgo de contraer tuberculosis), hasta aquellos relacionados con el decoro y la conducta moral. La escalada de paranoia machista llegó a su punto álgido en 1897, cuando el doctor inglés A. Shadwell publicó en la revista National Review un artículo donde detallaba la sintomatología y consecuencias de una nueva enfermedad, “Cara de Bicicleta”; a saber, una serie de secuelas que afectarían a la belleza de las ciclistas (punto débil para el ataque, toda vez que su inteligencia no era valorada ni tenida en cuenta): ojos desorbitados, piel seca, mandíbulas apretadas, labios demacrados…
Como cabría esperar, la reacción ante semejante atropello tendría consecuencias contrarias a las maquinadas, de tal modo que las mujeres que optaron por seguir dando pedaladas hacia su libertad se vieron obligadas a camuflarse bajo apariencia de hombre: pelo corto, ropa masculina y un elemento esencial para dicho camuflaje, fumar mientras andaban en bicicleta. Uno de los símbolos iconográficos que ha pasado a la historia como representante del cambio de siglo, el comienzo de la segunda revolución industrial y el fin de las llamadas sociedades preindustriales, ha sido el cuadro* Mujer fumando sobre bicicleta* (circa 1900), a lo que, desde luego,se debe añadir el comienzo de una nueva etapa en el papel de la mujer dentro de la sociedad.
En Afganistán, ser mujer y ciclista es una revolución para la sociedad
Otra imagen con iguales protagonistas habría de dar la vuelta al mundo recientemente, la fotografía del equipo ciclista femenino de Afganistán. Ver a estas doce corredoras subidas a sus bicicletas, ataviadas con yihab y equipamiento ciclista, es una poderosa imagen que representa una auténtica revolución en la sociedad afgana y que, sin duda, ha causado un importante impacto en el mundo occidental.
Se suele marcar como acontecimiento que pone fin al siglo XX el terrible atentado perpetrado en Nueva York contra las Torres Gemelas y la consecuente invasión estadounidense de Afganistán, que propiciaría el derrocamiento del régimen talibán. Con la caída del régimen fundamentalista, se abrieron nuevas esperanzas para la mejora de las condiciones de vida de las mujeres, sometidas hasta el momento a una verdadera tortura diaria y al más absoluto de los ostracismos. Mas estas manifiestas mejorías no deben hacer perder la perspectiva de cuál es la realidad cotidiana de la mujer afgana. Las arraigadas costumbres machistas y de predominancia del hombre sobre la mujer mandan en una sociedad de marcado carácter tradicional y religioso. Prueba de ello son las dificultades a las que se ha enfrentado el equipo ciclista femenino, foco de insultos, rechazo e incluso ataques contra su integridad física, como el sufrido por Safd Nazari y por Magran (dos integrantes del equipo) cuando fueron empujadas por tres motoristas que intentaban poner fin a su entrenamiento. Recomendado es el interesante documental Afghan Cycles, donde se relata el periplo de estas valientes deportistas.
La bicicleta pues, vuelve a ser un instrumento útil en la lucha por la emancipación y liberación de la mujer. Cambian las coordenadas geográficas, pero es posible que la fotografía del equipo ciclista femenino afgano pase a la posteridad como símbolo del último cambio de siglo, de manera idéntica a como pasara en el anterior cambio con el cuadro Mujer fumando sobre bicicleta. Al comparar ambas imágenes es difícil no recordar aquella frase de Úrsula Iguarán, la célebre matriarca Buendía, “esto ya me lo sé de memoria… es como si el tiempo diera vueltas en redondo y volviéramos al principio”.