No es fácil ser mujer en Afganistán. A pesar de que el régimen talibán cayó en 2001, son muchas las zonas -muchas de ellas aisladas- en las que la interpretación extremista de la sharia, la ley islámica, sigue esclavizando a las mujeres. Desde el uso obligatorio del burka hasta la prohibición de trabajar fuera del hogar, pasando por la imposibilidad de ser tratadas por médicos masculinos, los frecuentes abusos físicos y verbales o incluso la prohibición de reír en voz alta. La igualdad aún es una asignatura pendiente y queda mucho camino por recorrer.
En ese contexto, la bicicleta parece estar jugando un papel esencial, como ya ocurrió en la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX, en la tímida, aunque progresiva, emancipación de muchas mujeres. El ciclismo se ha convertido en una vía de escape ideal para muchas valientes que, ataviadas con la indumentaria propia de un profesional, logran pasar desapercibidas ante las miradas indiscretas de los hombres para practicar su deporte favorito.
“Amamos la bici. Si nuestros hermanos pueden montar, ¿por qué nosotras no?”
Diez de esas valerosas mujeres han formado un equipo ciclista con el que entrenan a diario. “Para nosotras, la bicicleta es un símbolo de libertad”, cuenta Marjan Sidiqqi, de 26 años, al portal Yahoo News. Marjan, que también es la entrenadora del equipo, subraya sus motivaciones, y las de sus compañeras, para salir cada día a rodar. “No se trata de una reivindicación política: montamos en bicicleta porque queremos. Porque amamos la bici. Si nuestros hermanos pueden montar, ¿por qué nosotras no?”, se pregunta.
Esta nueva generación de mujeres parece estar dispuesta a cambiar las cosas a golpe de pedal. Y sin embargo, y pese a su discreción, no son pocas las ocasiones en las que reciben insultos a su paso frente a los más extremistas. Calificativos como “putas”, “zorras” o veladas amenazas como “sois la vergüenza de vuestra familia” son sólo algunas de las lindezas que tienen que soportar, estoicamente, cada vez que salen a disfrutar de la libertad que les dan las dos ruedas.
Apoyo y esperanza
En el lado opuesto de la balanza, algunas han encontrado el apoyo decidido de sus familias en su titánico desafío. Maria Rasooli, madre de una de las ciclistas del equipo, afirma con orgullo: “mi hija está viviendo su sueño. Mis padres nunca me permitieron montar en bicicleta. No puedo dejar que eso le ocurra también a mi hija”. Ese entusiasmo no es, sin embargo, compartido por la mayor parte de su familia.
En una sociedad que pretende dejar atrás los fantasmas del pasado -la escolarización de las niñas ha aumentado considerablemente, mujeres y hombres cuentan con la misma consideración jurídica en la Constitución y cada vez son más las que se dedican a la vida pública- aún quedan en la mentalidad colectiva buena parte de los estigmas sociales de los tiempos del régimen talibán. Organizaciones como Amnistía Internacional han denunciado en repetidas ocasiones que la igualdad está lejos de ser una realidad. Una lucha en la que las bicicletas pueden desempeñar una importante batalla.