El nombre de Dayton (Ohio, EEUU), está indisolublemente ligado a los aviones. La ciudad, de apenas 140.000 habitantes, alberga el Museo Nacional de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, uno de los más grandes del mundo y el más antiguo de entre los dedicados a la aviación militar. Pero Dayton es conocida, también, por ser el lugar donde se criaron los hermanos Wright, grandes pioneros de la aviación.
A día de hoy, es necesario un potente ejercicio de contemporización para ponernos en la piel de los ciudadanos de esa época. Wilbur nació en Milville, Indiana, en 1867, y Orville ya en Dayton en 1871. Hace apenas 150 años, pero tiempo más que suficiente para que el mundo haya cambiado de manera radical. Por aquel entonces el hombre era incapaz de fabricar hielo. Apenas se empezaba a investigar la motorización. El teléfono aún no existía y, por supuesto, volar seguía siendo un sueño (imposible) del ser humano. Surcar los cielos, divisar el mundo a vista de pájaro, parecía irrealizable. Hasta que a principios del s.XX (más en concreto en 1903, cuando se realizó el primer vuelo con motor) los hermanos Wright, junto a otro puñado de inventores, cambiaron la historia para siempre.
Viento a favor
Lo que no todo el mundo sabe es que, años antes, Wilbur y Orville Wright fueron dueños de una pequeña tienda de bicicletas en Dayton. Inaugurada en 1892 y situada en el número 1005 de West Third Street, en Wright Cycle Exchange, los hermanos reparaban y vendían bicicletas nuevas y de segunda mano. Ninguno de los dos había estudiado mucho más allá del instituto (aunque sí tenían conocimientos de latín, griego y trigonometría), pero destacaban por su carácter emprendedor (con menos de 25 años ya habían dirigido una imprenta y creado un periódico) y fascinación por la tecnología. En esos días, precisamente, la bicicleta había dado un importante salto: ingenieros como el inglés Harry John Lawson habían dado una vuelta de tuerca a los biciclos para concebir la llamada “bicicleta de seguridad”, que equipaba dos ruedas de tamaño similar y, facilitando las frenadas y el equilibrio, democratizaba el pedaleo.
Los inquietos hermanos Wright aprovecharon ese viento a favor. Apenas un año después de abrir las puertas de su negocio se trasladaron a un local más grande y, en 1894, fundaron Wright Bicycle Company, con sede en el 22 de South Williams Street. Un edificio mágico que, hoy en día y sin apenas cambios, sigue en pie, y donde los Wright empezaron a fabricar sus propias bicicletas, el modelo Van Cleve (más lujosa y cuyo nombre recuperaba el apellido de una tatarabuela) y la más accesible St. Clair. Rebuscando en archivos, es posible encontrar mágicas instantáneas en blanco y negro de Orville y Wilbur, impecables tras sus delantales, trabajando sin descanso hasta fabricar unas 300 máquinas por año, con precios comprendidos entre los 42,5 dólares y los 65 dólares. Unas máquinas que, como no podía ser de otro modo considerando el apetito tecnológico de sus creadores, fueron recibiendo distintas innovaciones técnicas, como un sofisticado freno de contrapedal o un sistema de lubricación especial para combatir el abundante polvo que inundaba las calles de Dayton.
“¿Está pensando en comprarse una de las nuevas bicicletas de seguridad? ¿Podemos sugerirle una Wright Van Cleve, hecha a mano con los mejores materiales y concebida para sus necesidades particulares?” Así comenzaba un catálogo, fechado en 1900 y que puede leerse completo en la Red, donde los Wright explicaban al dedillo todas las características de su modelo estrella. Sin embargo, y pese al excelente arranque del negocio, su pasión ciclista fue decreciendo. Primero, porque era difícil competir en un mercado cada vez más saturado y donde las grandes marcas dejaban poco espacio a los fabricantes más artesanales (en el mismo Dayton, sin ir más lejos, tenían como rival a George P. Huffman, creador de máquinas tan fascinantes como la Dayton Special o la Dayton Racer que años después darían lugar a la legendaria firma Huffy Bikes). Y después, sobre todo, porque la curiosidad de los Wright se alejaba cada vez mas del suelo…
El secreto de las gaviotas
Wilbur y Orville pasaban las horas muertas observando volar a los pájaros. Discutiendo sobre cómo lograr crear una máquina que emprendiese el vuelo. Contemplando el trabajo de otros pioneros, como el ingeniero alemán Otto Lilienthal, fallecido en uno de sus experimentos planeadores. Obsesionados por la aerodinámica, los Wright ya habían construido en su local un túnel del viento en el que probaban alas y piezas, y en 1899 solicitaron al Instituto Smithsonian todos los estudios científicos sobre aviación que pudieran remitirles, asegurando que el vuelo humano era sólo “cuestión de conocimiento y destreza”. Como diría años después Orville, “aprender los secretos del vuelo de un pájaro era como aprender los secretos de la magia de un ilusionista”. La propia estacionalidad del negocio de la bici también les ayudó: casi todas las ventas se generaban en verano y, durante el invierno, los Wright gran parte de su tiempo y beneficios a la aeronáutica.
Aunque sin demasiada formación técnica, los hermanos hacían algo parecido a un tándem perfecto. Wilbur, a quien sus compañeros de clase definían como “un muchacho que vive en su propio mundo”, tenía una capacidad creativa desbordante que se había acentuado, como su timidez, tras perder varios dientes jugando al hockey. Orville, por su parte, poseía un talento innato para los negocios y una gran destreza con las manos. Fue así como sus maquetas fueron dando paso a modelos cada vez más desarrollados, equipados incluso con motores de diseño propio y hasta 12 caballos. Así hasta que, el 17 de diciembre de 1903, su modelo Flyer alzó el vuelo pilotado por Wilbur (lanzaron una moneda al aire para decidir quién de los dos estaría a los mandos). Un trayecto de apenas 12 segundos, durante los cuales el aparato recorrió un total de 36,5 metros, pero que hoy en día sigue siendo considerado el primer vuelo con motor de la historia.
Ninguna gran hazaña es sencilla: durante años, los Wright fueron tachados de impostores, porque nadie se creía que sin apenas financiación aquellos dos jóvenes hubieran sido capaces de semejante proeza. Las bicicletas, en todo caso, ya habían quedado atrás: dejaron de fabricarlas en 1904, y en 1909 vendieron sus patentes y derechos del modelo Van Cleve a un tal W.F. Meyers, que la mantuvo en venta hasta 1939. ¿Es posible ver alguna de las bicis originales creadas por los magos de la aviación? Sí: todavía quedan cinco unidades, dos de las cuales están expuestas al público. Una, en el Smithsonian’s National Air & Space Museum, ubicado en Washington D.C. La otra, en el Museo Henry Ford de Dearborn (Michigan), donde el celebérrimo empresario (padre de la producción en masa) trasladó buena parte del material original y recreó la tienda de los Wright.
Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #33. Lee el número completo aquí