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Ahmed bromea con sus amigos. Sonríe sin parar. Y posa orgulloso junto a su bicicleta. Es un caluroso día de otoño en Campohermoso, una de las localidades de Almería con mayor población inmigrante de toda España. Como tantos otros migrantes, empezando por sus amigos, Ahmed llegó a España tras atravesar el Estrecho de Gibraltar en una patera. Pasó una larga temporada en un centro de acogida para menores. Y, cuando llegó a la mayoría de edad, se buscó la vida recogiendo frutas y hortalizas en los invernaderos de Níjar por un salario que ronda los 30 euros al día. Aún no ha conseguido regularizar su situación en España, pero espera conseguirlo pronto.
A nuestro alrededor, el paisaje es peculiar. Los citados invernaderos se extienden hasta donde alcanza la vista, formando un uniforme y plateado mosaico que contrasta con la naturaleza desértica del lugar. Es el conocido como “mar de plástico”, una de las pocas construcciones humanas perfectamente visibles desde el espacio. Con unas 31.614 hectáreas dedicadas a los invernaderos, lo que equivale al 87,4% del total de este tipo de instalaciones en toda la comunidad autónoma de Andalucía, hablamos de una superficie similar a la de un país como Malta. El Ejido, con casi 13.000 hectáreas, vendría a ser su capital, seguido por Níjar (5.744 hectáreas) y el propio municipio de Almería, con otras 2.525. Un modelo de explotación que, desde que comenzó a implantarse en los años 70, ha crecido hasta convertirse en uno de los principales motores económicos de la región. Tomates, pepinos, calabacines, pimientos, melones o sandías crecen bajo el sol abrasador, protegidos por el plástico, para después ser exportados a los rincones más insospechados del globo tras ser recogidos por mano de obra procedente, fundamentalmente, del Magreb y el África subsahariana.
El poder de los pedales
Entre los polvorientos e infinitos pasillos que separan los invernaderos, así como en las carreteras y serpenteantes caminos de tierra que los comunican con las localidades cercanas, bicicletas como la de Ahmed son protagonistas. Desconchadas bicicletas de carretera, montaña o paseo desfilan de un lugar a otro, en un incesante goteo. “Muchos de nosotros trabajamos muy lejos del lugar donde vivimos”, cuenta Ahmed, “por lo que necesitamos la bici para ir al trabajo, a casa, a comprar cosas, a conseguir comida… Necesitamos la bici para ir a cualquier parte”.
¿Por qué la bici? La respuesta es sencilla: porque es barata, rápida, casi carente de mantenimiento y, claro, porque no exige tener carné de conducir, un permiso del que la mayoría de inmigrantes carece. A menudo, pedalear es también la única manera de conseguir agua potable. Jerome, nacido en Conakry, la capital de Guinea, confirma las palabras de Ahmed. “La bicicleta es el medio de transporte más interesante”, explica en un perfecto inglés, “porque a mí, por ejemplo, me permite llegar al trabajo en 35 minutos. Es lo más práctico”. O directamente, como nos cuenta el cameruneses Bongsisi, “de otro modo sería casi imposible”.
Racismo y convivencia
La amabilidad de estos jornaleros de los invernaderos es la tónica general. “Aquí nadie viene a buscar problemas”, confirma Araceli Fuentes, “sino a trabajar y a tratar de buscarse la vida para ayudar a sus familias en su país de origen”. Fuentes, monja perteneciente a la orden de las Mercedarias de la Caridad de Níjar, es la responsable de conseguirles comida, bienes de primera necesidad o clases de español. “Pese a la buena convivencia, y a que no se ha producido ningún tipo de incremento en los índices de criminalidad, el pueblo es un poco racista”, reconoce con pesar. Un prejuicio que se da bruces con la realidad: “Hay quien siente rechazo hacia ellos, pero al mismo tiempo los necesitan para trabajar”, apunta.
Almería es la provincia española con mayor porcentaje de población extranjera (18,7%), muy por encima de la media española (9,5%). Eso no impide (o, probablemente, propicia) que desde la aparición de la ultraderecha en el panorama político español se haya convertido en uno de sus principales caladeros de votos. VOX fue el partido más votado en Níjar tanto en las elecciones generales del 10 de noviembre, con casi un 35% de los sufragios, como en las de abril, con un 28,4%.
Esta es una tierra de contrastes: una de las zonas con mayor renta per capita y, también, de las que acumula mayores niveles de miseria. “La economía de está zona está basada en la explotación de personas que trabajan en condiciones de semiesclavitud”, denuncia Raquel Ruiz, responsable del proyecto Bicis para Almería, que recoge bicicletas para hacérselas llegar a los migrantes de la zona. “Trabajan a 50 grados debajo de los plásticos, respirando los insecticidas y ganando una cantidad ridícula de dinero que, en su mayor parte, va a parar a sus familias. Teniendo en cuenta lo mal que los tratamos, bastante bien se portan”, asegura.
La vida en los asentamientos
Ruiz nos guía hasta lo que ella llama la “rotonda de la vergüenza”, que separa algunos de los invernaderos más modernos y productivos de la zona de los asentamientos donde viven muchos de los trabajadores de origen magrebí o subsahariano, auténticas “villas miseria” compuestas por infraviviendas de palés y lonas de plástico, en cuyas puertas descansan destartaladas bicicletas de todos los tamaños.
“Las viviendas de estas personas tienen menos condiciones de habitabilidad que la caseta de mi perra”, cuenta Raquel mientras nos presenta a algunos de los habitantes del lugar. Sharifa, una mujer marroquí, nos muestra su casa: un minúsculo espacio con apenas un colchón y un par de utensilios de cocina. Raquel le ha traído una manta. Tras intercambiar unas palabras, ambas se funden en un largo abrazo. “Las mujeres se llevan la peor parte”, nos cuenta Raquel. “Muchas de ellas viven con centenares de hombres, lo que provoca que las violaciones sean constantes”. Otra realidad silenciada de la que nadie habla.
Algunos de los habitantes de los asentamientos consiguen luz eléctrica enganchándose ilegalmente a los tendidos, aunque los cortes de suministro son constantes. Y los incendios, frecuentes. En diciembre de 2018, uno de esos incendios calcinó 18 viviendas y provocó dos heridos, uno de ellos grave. Sólo dos meses después, el fuego arrasó otras 60 chabolas, afectando a 8.000 metros cuadrados de superficie. “Ante todo, somos personas. Y tenemos una Constitución que, supuestamente, garantiza que se cumplan los derechos humanos”, apostilla Raquel. “Todos, absolutamente todos los ciudadanos de este país, somos responsables de que esos derechos se cumplan”.
Cae el sol en Níjar, algo que en esta latitud de la Península ocurre antes que en resto del país. Las carreteras de los pueblos de la zona, carentes de arcén en su gran mayoría, se llenan de bicicletas conducidas por migrantes que salen de los invernaderos en dirección a los asentamientos. No hay datos concretos, pero el año pasado decenas de estos ciclistas fueron atropellados, con al menos dos muertos. Un mal menor: mañana, como todos los días, al final de la etapa les espera un duro día más de trabajo.
Bicis para Almería: solidaridad a pedales
El pasado mes de noviembre, un equipo de Ciclosfera se desplazó hasta Níjar para elaborar este reportaje. Con nosotros viajó Raquel Ruiz, impulsora del proyecto Bicis para Almería. “La idea nació de manera casual, como un proyecto medioambiental y solidario: vine a este lugar de vacaciones, como otros tantos turistas, pero más allá de las playas bonitas y parques naturales como el de Cabo de Gata está la realidad de los invernaderos y los trabajadores que viven en los asentamientos”, cuenta Raquel. “Con ayuda del boca a boca conseguí reunir un centenar de bicicletas, vehículos que otras personas ya no necesitan o ya no usan, y que para estas personas resulta indispensable”. Junto a Raquel hicimos entrega de otro medio centenar de bicicletas, que fueron recibidas con un agradecimiento difícil de explicar. Aquí, poder moverse en una de ellas es vital para la supervivencia.
[Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #31. Lee el número completo aquí]