Lo definen como una “inversión masiva que crearía diez carreteras amplias y de dos carriles, que cruzarían el país y conectarían nueve de las principales ciudades noruegas”. El objetivo, por supuesto, es reducir a la mitad las emisiones provocadas por los vehículos, además de estimular el uso de la bicicleta en un país donde pedalear es menos frecuente que en lugares vecinos como Dinamarca o Suecia.
Mientras que, según datos de 2010, el 17% de todos los desplazamientos en Dinamarca y el 12% de los de Suecia se realizan en bicicleta, en Noruega la cifra sólo alcanza el 4%, aunque ha subido hasta un 5% en 2014.
La creación de esta red de autopistas ciclistas ayudaría al país a su objetivo: que entre el 10% y el 20% de los trayectos se hagan pedaleando. Para conseguirlo, estas autopistas ciclistas ofrecerán mucha mayor seguridad a los ciclistas, y estarán preparadas para la circulación de la nueva ola de bicicletas eléctricas, muchas de las que permitirían alcanzar hasta 45 kilómetros por hora.
Sin embargo, los escépticos aseguran que el mal tiempo que reina en el país durante casi todo el año, las pocas horas de luz y el paisaje montañoso impedirán que los noruegos sigan los entusiastas y ciclistas pasos de sus vecinos escandinavos.
La medida, sin embargo, no es aislada. En 2030 el 75% de los autobuses y el 50% de los camiones serán de bajas emisiones (mediante motores híbridos), y casi la mitad de los barcos funcionarán con biocombustible. Se intentará que se detenga el crecimiento del parque automovilístico nacional, además de implementarse unos impuestos recibidos para los coches eléctricos, y se dedicarán grandes sumas de dinero a modernizar carreteras y todo el sistema ferroviario.